No es que no lo quiera, amo a mi pareja, lo pasó bien con él, tengo un sexo increíble, sobre todo después de haber conocido tantos y tantos pasteles en mi vida y en mi cama. Pero ahora que se fue de vacaciones por dos semanas, me pasan cosas que no me habían pasado en todo el año. Desde las ganas de tener sexo casual con algún chico guapo en un carrete (aunque no me creo tan capaz); hasta acercarme, en mi dormitorio, y con mi sueños subidos de tono, a la beneficiosa “autosatisfacción”.
¡A esa única actividad sexual que nos dice que no necesitamos a nadie! Sólo a nuestra imaginación dos punto cero con esas imágenes eroticonas que nos excitaron de adolecentes; extractos de películas de soft porno; conversaciones con pololos, incluso con amigas. A la imagen del vampiro truculento atacando a una chica (que podría ser una), y poniendo sus uñas largas en el cuello (que podría ser el propio) para morderla con fuerza. Entre paréntesis, nunca hubo una imagen tan excitante como la escena en que ella se desborda de placer por la mordida del monstro, volcando su cabeza hacia atrás, cerrando sus ojos, gimiendo de a poco.
La imaginación es infinita y los sentidos que la generan tan perceptivos que cualquier cosa nos hace clic y nos pone hot. Anoche lo hice, gracias al calor sofocante del verano santiaguino, pero por sobre todo gracias a mis destrezas personales: practiqué, aunque mi madre claramente no me lo hubiera recomendado, la masturbación.
Descolgué el teléfono fijo, apagué el celular y a pesar de mi obsesión con el correo electrónico, Twitter y Facebook, cerré por primera vez mi netbook a las diez de la noche. Cortando toda posibilidad de relación con la realidad. Mi pareja no me iba a llamar a esa hora aunque yo quisiera porque, aunque se fue hace una semana, siempre me llama puntualmente a medio día. Entonces me olvidé de él y del trabajo pendiente que cada noche me da por revisar antes de acostarme. Como si mi jefe me quisiera más por ocupar mi tiempo libre con asuntos de la oficina o si me fueran a subir el sueldo por entregarles mi espacio de descanso. ¡Las pinzas! Nunca lo valorarán, en absoluto. Volvamos a lo nuestro.
Y apagué la luz y me lancé a la cama, vestida con tres pilchas: la pollera, un calzón negro y ese sostén marfil que tanto me gusta porque tiene un encaje tan lindo, que incluso hace que no se vea burdo todo lo que se trasluce en él. Es como si mis pechos estuvieran ahí siempre, expuestos, mostrándose, pero con la garantía de estar cubiertos por un encaje de lujo.
Entonces cerré mis ojos y solo imaginé. Esta vez pensé que estaba en un lugar desconocido y que dormía, entonces de apoco venía un hombre, al que yo no conocía y que por la fuerza de sus manos me iba a hacer sentir indefensa. Y aluciné que el hombre se aprovechaba de mi estado de somnolencia y de mi corporalidad de mujer, y me besaba y tocaba de la forma que se le daba la gana. Pero nunca dejaba de ser delicado, incluso cuando ocupaba sus dedos con ímpetu en mis zonas también delicadas.
¡Es raro cuánto me gusto eso! Sentirme vulnerable a un desconocido. Sentir que por primera vez en años no tenía todo bajo control. Eso de ser mujer moderna me había llevado a ser fuerte en la vida, congeniar con caracteres de porquería en el trabajo y tener relaciones de igual a igual con mis parejas, nunca dejando mi esencia femenina, sin embargo, de igual a igual con ellos. Teniendo que argumentar permanentemente, defenderme, que nunca me pasaran gato por liebre, como si cada día estuviera a la defensiva.
Por eso su viaje, el viaje del susodicho, junto al evidente e infernal calor de la capital me habían subido la líbido, pero esa sensación de calentura extrema no se puede parar aunque uno quiera, y mientras más te culpas, más te gusta. Te hace respirar fuerte, te levanta y baja tu pecho de ansiedad, levantando también el sostén y su lindo trasluz y transparencia.
Anoche ser viuda de verano me permitió estar conmigo misma. Conmigo sola y con todas esas fantasías que me enloquecen y que no siempre las cuento. Ser viuda de verano me llenó de una fuerte temperatura y secretos. Esos secretos que él no sabe, más bien sólo los sé yo y todas esas partes de mi cuerpo que lloran por ser tocadas cuando estoy así…sin nadie, conmigo.